Y los desamparados cayeron en el olvido. Bruscamente, volvimos a la selva.
¿Dónde quedó la moral? ¿Con qué autoridad te atreves a ponerme la mordaza, gilipollas? Tu alta cuna me suda los cojones.
Arrástrame si puedes de vuelta al fango. Cuéntame al oído los quebraderos de cabeza de los trepas, que como tú, condenan a mi estirpe con promesas, envenenan el futuro de los míos y me dan a elegir en una paleta donde no hay colores para pintar mi lienzo. Sólo pintamos de blanco o negro, de jodido negro.
Pagaréis con sangre y lágrimas vuestra continua risotada que, a nuestras espaldas, soltáis por activa o por pasiva, aleteando vuestras alas como si fuerais polillas que se arriman al candil que más luz tira. Luz en tiempos oscuros y convulsos, donde ni fe ni gloria (de las buenas) brillan, donde no quedan más que dioses menores. Sombras de lo que antaño fueron hombres de esos que escriben sus nombres en piedra, donde ahora solo crece la hiedra.
Le dijimos adiós a nuestra memoria, volvimos a jugar... y perdimos.
