22 dic 2010

Historia movida II: El asedio de Cartagena de Indias



Año 1741. A la gran mayoría de la gente (me incluyo si no fuera porque escribo yo este intento de entrada) no le dirá nada esta fecha. Sin embargo, es un año bien recordado por la Marina Española, Colombia y, por encima de todos, por la Navy inglesa. Significó un guantazo a la Pérfida Albión, a su soberbia, a su soberania marítima y al propio orgullo de su Corona. Ese fue el año en el que los ingleses asediaron Cartagena de Indias y mordieron el polvo y, en todo esto, tuvieron mucho pero que muchísimo que ver tanto la falta de previsión (que no armamento) inglés como los cojones de Don Blas de Lezo, almirante vasco con amplia experiencia militar, conocido como el Mediohombre (a la edad de veinticinco años ya había perdido el ojo y pierna izquierdos y había quedado inútil del brazo derecho, a causa de múltiples heridas de guerra). 










Pero os preguntaréis, ¿y a qué vino atacar Cartagena de Indias?


Todo comienza en 1739 con la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins, que debe su nombre al siguiente suceso. El tal Jenkins fue un capitán pirata que quedó apresado por Julio León, capitán de navío español, el cual le cortó una oreja y a su vez le espetó: "Dile a tu rey que le haré lo mismo si cruza estos mares". Y lo demás fue puro papeleo. Jenkins se acerca oreja en mano a la Cámara de los Comunes inglesa, denuncia el caso e Inglaterra declara la guerra a España. Aunque fue, seguramente, la excusa más triste que veréis en historia militar para iniciar una guerra.


Las razones principales se situaban en torno al propio mar. A los mares del Norte, vaya, el Atlántico. Inglaterra no controlaba tanto el Caribe como deseaba y los españoles (junto con los molestos portugueses que allá donde iban metían la po) expoliaban esas ricas tierras ya viviendo un claro declive como imperios marítimos (con especial gravedad de España) impidiendo la supremacía inglesa para que pudiera ejercer el libre comercio entre las islas de la zona y la metrópoli.


Así pues,  hablemos de la batalla. 


El almirante Vernon estaba al frente de la mayor flota que jamás había visto el hombre en siglos (ni siquiera la Armada Invencible con sus ciento veinte barcos)y que no se volvería a ver algo similar hasta muchos años después. Ciento ochenta y seis barcos, dos mil cañones, casi veinticuatro mil combatientes entre los que figuran marinos, corsarios, milicias americanas y macheteros jamaicanos (puestos en la vanguardia, es decir, delante comiendo plomo); destinados a conquistar la joya de la Corona Española, Cartagena de Indias. 

Para oponerse a esta demostración de fuerza, los españoles disponían de dos mil soldados y milicianos ayudados por seiscientos flecheros indios, seis navíos con novecientos marinos y ochenta artilleros y un total de novecientos noventa cañones. Era todo lo que quedaba de la guarnición del Castillo de San Felipe cuya plantilla teórica se elevaba a más de seis mil efectivos, pero que en los últimos meses había sufrido una epidemia de fiebre amarilla. El mando superior lo ostentaba el virrey Eslava, y el mando militar de la plaza el almirante Blas de Lezo.  Comparando números queda patente que la desproporción era abrumadora a favor de los ingleses, ocho a uno en hombres y tres a uno en cañones.








 

El 6 de abril de 1741 Vernon tenía motivos para estar alegre, sus tropas acababan de forzar el paso de Bocachica y esta conquista abría a su flota toda la Bahía Interior con su ansiada recompensa, la Ciudad de Cartagena de Indias allá al fondo.

La fragata “Spencer” fue aprovisionada con  todos los servicios de la Gran Flota estaban a su disposición, comida, agua y repuestos fueron subidos a bordo, y la fragata emprendió su camino. Llegó a Inglaterra el 17 de mayo portando buenas noticias, que desencadenaron la euforia y patriotismo ingleses y, en este ambiente de fiesta y triunfo, se mandaron acuñar toda una serie de medallas y monedas conmemorativas, las medallas de Lord Vernon. 







Pero el 17 de mayo mientras que en Londres y toda Inglaterra se celebraba la victoria y crecía la fiesta, el ambiente en Cartagena era de tristeza, derrota y desolación. Vernon estaba furioso y se resistía a creer lo que había pasado.

Sus barcos y tropas habían seguido un plan meticulosamente trazado y habían ido rodeando progresivamente las fortificaciones que protegían la ciudad de Cartagena, la principal de las cuales era el Castillo de San Felipe de Barajas, defendido por Blas de Lezo, pero fue en vano.

Los ingleses atacaron con cerca de cuatro mil hombres, tres mil doscientos en primera fila, a los que se enfrentaron poco más de ochocientos españoles, apostados en una trinchera con forma de zigzag en las faldas del castillo, en una batalla que duró toda la noche. Al mediodía siguiente los ingleses lanzaron al combate una reserva de cuatrocientos hombres frescos y lozanos, que poco a poco fueron empujando a los españoles hacia el castillo.

Fue entonces cuando Blas de Lezo tomó una decisión inesperada que dio la vuelta a la batalla y a la guerra. Mandó calar bayonetas a los trescientos  marinos y artilleros que quedaban en el interior del fuerte y los lanzó a una carga furiosa de cojones negros como la brea contra los ingleses que subían ya la cuesta hacia el castillo. La resistencia duró poco, el frente inglés se desmoronó por todos los lados, los muertos se contaban por centenares.

El almirante de las medallas  tuvo que retirarse con el rabo entre las patas a sus bases en Jamaica en una de las mayores derrotas que ha sufrido nunca Inglaterra. Esta retirada se completó el 20 de mayo, al poco de llegar la “Spencer” a Inglaterra. Dos caras de una misma moneda (o medalla). En una, Inglaterra en fiestas, alegría y orgullo nacional. En otra, la flota inglesa de retirada, barcos atestados de enfermos y heridos, derrota y desolación, vergüenza y humillación.

Joder, me corro yo solo.